Dándole vueltas a mis habilidades y talentos sexuales, con la idea de presentar un perfil para el proyecto de
Diana de las
Perrxs Horizontales. A la pregunta de
qué es lo que se hacer, hago bien y me mola, Jordi me recordó mis tiempos mozos como
guía del Prado.
No, no se asusten guías oficiales, no les hice competencia desleal, no. No cobré, al menos dinero. Ocurrió que por mi formación en artes, me tocaba (lo que aceptaba gustoso) organizar visitas y acompañar a numerosos amigos por museos o sitios relevantes de Madrid. Entre ellos, como no, el
Museo del Prado.
Yo tenía un pase (no diré cual) falsificado, con lo que no recuerdo haber pagado jamás, lo cual hacía bastante más fácil la excursión.
Ocurría, alguna que otra vez, que mis amigos me pasaban a sus amigos de visita por Madrid:
- Oye si, hazla un hueco el finde y si puedes llévala al Prado.
Dicho y hecho. Perfectas desconocidas, que tras los primeros paseos, un café con porras, participaban de un recorrido
situacionista por lo más bizarro de la escuela española: enanos, monstruas, santos y hermafroditas, delirios y aberraciones de El Bosco, frenesí en las pinturas negras y final apoteósico ante
La teología de la pintura, acababan rendidas a mis pies.
Una de mis
armas era pecar de cierto apasionamiento al narrar historias delante de los cuadros, lo que en realidad se debía al hecho de que adornaba (que no inventaba) gran parte de la narración. Muchos guías con los que me cruzaba, arqueaban las cejas ante mis disparatadas explicaciones, que más tenían que ver con
Foucault o
Judith Butler, que con el catálogo oficial. Era raro el pintor que no pasara por mis manos y no acabara de maricón perdido, friki, proxeneta o trepa total.
Esta aptitud atípica y el hecho de satisfacer una de las fantasías de muchas viajeras: ver un sitio hermoso acompañado de un
cicerone bienparecido y bien informado (al menos eso creían ellas) eran la clave de mi curioso éxito. Con una de éstas, una francesa esposa de un socio de mi hermano, incluso me acuerdo de entrar en faena ya desde la salita del
Tesoro del Delfín. Por lo que una vigilante algo pacata, nos llamó la atención... Sonrojados y exitados, huímos del museo con destino a su hotel.
Ya lo tienen: Una visita
distinta al
Museo del Prado. Muy distinta.
D.
Montaje con fotos de birasuegiEtiquetas: algo huele chungo en el periodismo patrio, En Madrid, pornoterrorismo, sexo, YOPUTA