4.26.2009

Los otros

Una vez tuve una pareja que fue muy especial para mí. Nos conocimos de casualidad. Nos atrajimos de casualidad. Desde entonces, no nos separamos.

Nuestra convivencia era un pacto, nunca nos dijimos te quiero.

Compartíamos con placidez las cosas cotidianas: la compañía, el cine, los viajes, las noches y las mañanas. Nunca los amigos, ni la familia. Eramos uno, una sola entidad, ella y yo. Lo demás, no importaba, lo demás eran nuestras vidas.

El sexo era espectácular, tan fuerte como sucio.

Ella se valía por si misma. Me llamaba, venía a mi casa. Follábamos. La llamaba, iba a su casa. Nunca nos reprochamos nada, nunca discutimos. No había palabras, sino hechos.
Recuerdo la felicidad de nuestros silencios, mientras ella fumaba un cigarrillo y miraba por la ventana, pensativa.

Un día, ella me dejó. Su coraza la defendía en exceso contra el sufrimiento y el dolor y decidió protegerse. No la culpo.

Desde entonces se que hay otra gente como yo. Una gente a la que el dolor y la hipocresía ha marcado alguna vez en el pasado, lo suficiente como para no olvidarlo y también para hacernos fuertes. Miembros de una tropa de choque fría y valiente, incluso hacia la derrota.

El ejemplo de una gente de este mundo que, a pesar de todo, no está satisfecha.
D.

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