Los otros

Nuestra convivencia era un pacto, nunca nos dijimos te quiero.
Compartíamos con placidez las cosas cotidianas: la compañía, el cine, los viajes, las noches y las mañanas. Nunca los amigos, ni la familia. Eramos uno, una sola entidad, ella y yo. Lo demás, no importaba, lo demás eran nuestras vidas.
El sexo era espectácular, tan fuerte como sucio.
Ella se valía por si misma. Me llamaba, venía a mi casa. Follábamos. La llamaba, iba a su casa. Nunca nos reprochamos nada, nunca discutimos. No había palabras, sino hechos.
Recuerdo la felicidad de nuestros silencios, mientras ella fumaba un cigarrillo y miraba por la ventana, pensativa.
Un día, ella me dejó. Su coraza la defendía en exceso contra el sufrimiento y el dolor y decidió protegerse. No la culpo.
Desde entonces se que hay otra gente como yo. Una gente a la que el dolor y la hipocresía ha marcado alguna vez en el pasado, lo suficiente como para no olvidarlo y también para hacernos fuertes. Miembros de una tropa de choque fría y valiente, incluso hacia la derrota.
El ejemplo de una gente de este mundo que, a pesar de todo, no está satisfecha.
D.
Etiquetas: De regreso a casa
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