11.10.2010

Tres horas



Tengo sólo tres horas contigo, pienso mientras apoyo mi cara en el cristal del metro que me lleva al aeropuerto.

Salgo corriendo del trabajo para ir a buscarte a la salida de la terminal 4. Me parece romántico. También me gusta pasar por allí de vez en cuando, mirar a la gente, los que llegan, los que esperan, imaginar vidas ajenas.

Vuelves de un viaje programado a Barcelona, tras unos días juntas, y te vas para siempre dentro de tres horas. Apenas un rato más en nuestras vidas. Quizá, nuestro último rato.

Vives a 12 horas de avión y no creo que volvamos a vernos. No creo que haya sido buena idea reencontrate para simplemente, despedirnos.

No quiero decirte adiós, ni siquiera quiero volver a verte. No quiero saber nada de ti. No quiero estar enamorada de alguien que se va de mi vida.

Pido un café al lado del acceso de Llegadas. Me siento, espero y observo. Según el panel aún no ha tomado tierra tu vuelo.

Un grupo de asiáticos se arremolinan a mi lado, acaban de aterrizar, viajan en un grupo organizado.

Pronto aparece un hombre con un carpeta amarilla, les pastorea, todos se van tras él con sus maletas de ruedas.

Nunca me volveré a enamorar, nunca volveré a abrir mi corazón, mejor estar sola. Sin amores imposibles.

Si, eso, sólo amores posibles, realizables, que no me hagan sufrir, que den calma, equilibrio.

Dos chicas lesbianas se encuentran, se besan, se marchan.

Dos policías se pasean entre la gente que espera a la salida, los taxistas ilegales desaparecen discretamente.

Aparecerás y me moriré de dolor, de pena. No quiero estar aquí. Voy a sufrir. Me largo, tengo una excusa...

Ahí estás, mis piernas se ponen a temblar. Te acercas, me sonríes, me besas. Creo que te amo.

D.

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