8.29.2009

Elisheba Fuenzalida

Elisa guarda fuego y tesón en su cuerpo a partes iguales. A pesar de los avisos de peligro, no hay forma de cubrir lo que se lleva descarnado. Su vida se vive si protección, a pecho descubierto. El cuerpo es la endeble estructura de un corazón poderoso. Y no es tiempo de pensar en el dolor cuando se tiene tanta capacidad para amar.

Leo a Elisa, descubro quizá a una de las mejores escritoras de su generación. Me sorprende mi sorpresa.
La vida y la literatura no van parejas (ni siquiera en Bajo el Volcán, donde las tribulaciones vitales del autor no influían en el texto, tanto como en el manuscrito). La obra literaria de Elisa es poderosa, seria, nada frágil. Escribe una historia oscurísima, corpus increíble de suciedad humana, de lo inerte del alma, de lo que no da vida, sino dolor y odio. Leo, al otro lado del Atlántico, tan lejos de ella, su novela sin terminar que es una obra maestra desconocida, a la cual he tenido la suerte de llegar, por compartir cama y vida con la autora.

Yo sigo en América mientras Elisa termina su novela, friega suelos y pasea melancólica jugando con gatos que se escapan en Madrid.

Un día volaremos a Lima, espero que su obra allí florezca. Me aturde pensar que lo bello siempre se esconde en lo inhóspido, en lo alto de la cumbre que toca el cielo.

El cielo. Ella es el cielo. Nos encontramos una noche hace un año. Elisa paseaba un juguete de niño, ingenua, yo la miraba atribulado con cara de tonto. Poco después nos juntamos, nos casamos y no nos hemos vuelto a separar. No creo que haya nada que pueda evitar que pasemos el resto de nuestra vida juntos. Así son las cosas.

La foto la tomó ella misma. Un buen día nevó en Madrid. No nieva mucho, pero alguna vez al año cae abundantemente. La ciudad se detuvo y Elisita voló a la calle a jugar con la nieve.
D.

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