Dónde hay que estar
El viejo rey de la movida, de la noche, de los garitos canallas, de los grupos, de las giras, de las putas, de los tiros, de México, Tijuana,... sirve mojitos en una aldea de la montaña castellana. Veraneantes de ciudad lavan sus heridas disfrutando de esta inusual coctelería. Ajenos, al destierro de ese hombre que siendo de Malasaña habla en mejicano. Da igual: la noche de verano es agradablemente demasiado fresca, las estrellas de cielo giran, los perros pasean tranquilos, ... sus historias son tan exitantes, sus mojitos tan sabrosos, ...
El puente de Brooklin de Sao Paulo lleva dos horas atascado, dos horas. Los vendedores de maní tostado y cerveza de los bordes de la autopista silban mientras sortean las filas veloces de motoboys, mientras las moles cambian de color, la última moda de iluminación nocturna en esta megápolis fratal del sur de Brasil. Las gentes hablan por el móvil, atiborran el tren que nos sobrepasa raudo. Me pican los ojos, la garganta. Un agujero negro nos arrastra, a mi, a nuestro coche, a nuestro chófer, a mis amigos a los que he embarcado en esta aventura. Sólo tengo la rara esperanza de que en unas horas el apocalipsis se acabará y volverá la calma.
Vuela desde Madrid hacia un destino tan emocinante, como turbador. Va, tiene que ir, ya está en el vuelo sobre Asia Menor, no puede recojer su bolsa, acercarse a la puerta y salir. No puede y va.
Ése, y ningún otro, es su lugar en el mundo.
D.
Etiquetas: mar centenera, mundo facundo, Sampedrin, Sao Paulo
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