2.04.2010

Susto

Sus dedos se metían violentamente en mi coño. ¿Sus dedos? La mano entera, el puño. Muy lubricada, abiertísima me corrí abrazada a él, a su brazo implacable.

Sobre la cama fumaba un cigarro tranquilo. No habíamos hecho otra cosa que follar en toda la noche. Se le veía cómodo. Miré la hora.

- Creo que deberías irte ya.

La bandeja con el desayuno descansaba en el suelo.
Él estaba a gusto, feliz. No quería separarse de mi, de este piso, de mi coño.

- En serio, deberías irte, volver a casa, ... (Nos conocimos esa noche, no le había explicado nada).
- Estoy bien.
Diciendo ésta palabras, me miró pícaro. Noté, mientras se echaba sobre mí, como se volvía a empalmar.

La puerta de casa de abrió. Sonó fuerte el portazo al cerrarse. Eran ya las dos de la tarde. Unos pasos se acercaban por el pasillo hacia donde estábamos.

Se sobresaltó. Mucho.

-¿Quién es?
Le miré.

- Es mi chico. ... Mi marido.
- ¿?
Pegó un bote. Asustado. Mucho.

- Tranquilo.
Me levanté, salí al pasillo desnuda, le dí un beso y le expliqué todo.
Se rió. Se marchó feliz.

Menudo susto se ha llevado el pobre, pensé mientras volvía a nuestra cama a echar el último polvo con aquel jovencito que conocí anoche en esa fiesta desfasadísima.
D.

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