Tina Paterson: viajes en el tiempo ‘lowcost’
El País, Madrid / Isabel Valdés
06 feb 2022
La artista e ilustradora colorea fotografías de principios de siglo para “insuflar vida a la memoria”.
Tina Paterson es artista e ilustradora madrileña. Y Tina Paterson —alias de David Rodríguez— no quiere contar mucho más de sí misma, dice que no es importante, que lo sustancial es lo que hace. Y una de esas cosas que hace es dar color a la vida, literalmente. A la vida que ya ha pasado, la de principios del siglo XX. En 2018, comenzó a colorear fotografías de la historia de España, muchas de ellas de Madrid. El Madrid bajo las bombas el 7 de junio de 1936 capturado por José Díaz Casariego; la fachada de una vaquería en Ríos Rosas en 1940; un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense fotografiada por José Vidal en 1934, llena de alumnas y alumnos; África Llamas, la segunda mujer con el título de piloto profesional el 10 de julio de 1932 en el Aero Club de Barajas, un retrato también de Díaz Casariego; o la piscina del Club de Campo solo un año antes de la Guerra Civil, en una instantánea de Sibylle von Kaskel.
Imágenes apenas conocidas, perdidas y luego reencontradas, digitalizadas no hace mucho. Por eso, “agencia de viajes en el tiempo” es lo que la artista tiene como biografía en su perfil de Twitter. Estudió arte, aunque “en un momento en que las instituciones que gestionaban ese negocio estaban siendo muy contestadas”. Decidió “salir a las calles a protestar contra la especulación inmobiliaria o colaborar en montar centros sociales”. Eso fue hace un tiempo. Ahora, su “lucha” es por “renombrar los lugares simbólicos y dedicar a Don Manuel Azaña el Museo Nacional y Centro de Arte Contemporáneo de Madrid”. Y su trabajo se centra en “colorear el pasado”.
Pregunta. ¿De dónde nace esa perspectiva en color de algo que los demás ven en blanco y negro?
Respuesta. Creo que la memoria tiene algo de subversivo. En mi caso, colorear aspira a destacar algunas contradicciones de nuestra “incómoda” relación con el pasado.
P. ¿Cuál cree que es el principal cambio que da el color a una imagen?
R. Colorear sería un medio de insuflar vida a la memoria: bucear en los archivos, buscar los datos históricos, remezclar, emplear el color y ciertas herramientas de inteligencia artificial durante el proceso de restauración. El resultado final es la imagen restaurada, que puede provocar una sensación de viveza o fuerte cercanía, una suerte de “viaje en el tiempo lowcost”. Creo que por eso el color nos gusta tanto, nos impresiona tanto.
P. ¿Cómo elige las fotografías?
R. De toda esa vasta memoria gráfica, extraigo historias con las que construyo relatos con los que sumergirnos en el pasado. Elijo aquellas imágenes que hablan de la cuestión de la identidad de una ciudad como Madrid.
P. ¿Cuál era esa identidad?
R. Una urbe pasada con tranvías eléctricos, amplios bulevares y plazas arboladas. La Capital de la República fue una ciudad cosmopolita y vibrante.
P. ¿Y luego?
R. Madrid, destruida primero por las bombas de Franco, luego por la ciudad desarrollista (modelo que continúa vigente en la actualidad) centrada en el coche y el ladrillo, que convirtió sus plazas en solares de hormigón para enterrar aparcamientos subterráneos y túneles. Mis imágenes muestran como seguimos arrasando su espacio público, su patrimonio, sus zonas verdes, siempre en beneficio de unos pocos.
P. ¿Tiene alguna fotografía que fuese especialmente difícil de colorear?
R. Una imagen de un grupo de jóvenes en la Puerta del Sol de Madrid, el 14 de abril de 1931, una de ellas vestida con una bandera de España.
P. ¿Dónde la encontró?
R. La descubrí en una revista alemana y estaba muy deteriorada, fue tomada por uno de los muchos fotógrafos que se echaron a la calle aquel día. Me interesa especialmente revivificar con el color los recuerdos de este momento histórico fundamental del siglo XX.
P. ¿Por qué?
R. Porque es un momento casi desaparecido en los temarios de educación (olvido intencionado para contentar a los de siempre). Y además de restaurar una foto anónima y desconocida, en ella vemos como se capta a la perfección la felicidad de la gente ante la posibilidad de superar la corrupción eterna del estado y de la monarquía, y el júbilo del momento de otorgarse, al fin, una democracia en forma de República y la esperanza de hacer una nación para la gente y no sólo para unos pocos.
P. Ha visto muchas imágenes del Madrid de antes, ha revisado mucho pasado, ¿hay algún sitio que crea que está mejor ahora?
R. El “frontón Beti Jai” (calle Marqués de Riscal, 7). Quizá uno de los monumentos más originales y valiosos de la ciudad y que fue salvado de su destrucción por la labor de un grupo de vecinos, auténticos héroes madrileños: Vicente, Igor, Fernando, Alberto...
P. ¿Alguno que crea que está especialmente peor?
R. El Paseo del Prado y el entorno tan degradado por el tráfico del Parque de Retiro. Ojalá un día algún alcalde tenga el valor de recuperar su urbanismo original de aceras anchas arboladas que rodeaban el parque, valentía para sacar los coches de un lugar tan valioso que merecería ser tratado mejor que sólo luciendo medallas unesco.
P. Y de todos esos lugares que ha visto que ya no existen, ¿cuál le gustaría que permaneciera en el Madrid de hoy?
R. Tengo un lugar favorito entre todos. Uno de la serie de baños públicos de aquel Madrid Río republicano que salpicaban en los años 30 la orilla del Manzanares: La piscina La Isla. Este balneario no sólo encandilaba por su fantástica ubicación en una isla enfrente de la Casa de Campo, sino por sus instalaciones y fabuloso diseño en forma de barco. Otra joya que el desarrollismo destruyó para siempre.
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