4.25.2009

Sangre

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Hay una película de vampiros sin pudor y sin romanticismo. Los chupasangres si bien se comportan como conocemos, se nos representan irreconocibles a la construcción que se ha hecho de ellos a lo largo de la historia del cine y la literatura. Aquí son seres amargados, anónimos, sin un ápice de perversión, perdidos y sólos y con una crueldad y una maneras de matarife o charcutero.

La atmósfera norteña les rodea de un paisaje frio, donde como en una película de Kaurismaki, no hay mucho sitio para la felicidad.

Los vampiros a la vista de las personas sensibles que los reconocen, son los otros, y esto es quizá lo único que los hace diferentes del resto de la gente, y por tanto atractivos o temibles. En este ambiente de maldad y nihilismo, el hecho de que estos seres se alimenten de la sangre de seres humanos, no parece ser muy relevante, lo que no les hace ser especialmente excéntricos a este ambiente. Los vampiros por tanto, no sólo se esconden de la luz del día, sino de la cruda realidad.

Déjame entrar, es una deliciosa metáfora del mundo del presente-futuro, donde una sociedad de eternos Peter Pan ha aprendido a dejar sus buenos sentimientos de lado y se disponen a cortarte el cuello.
D.

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