2.20.2018

Dos bodas chinas



Entradas variadas, seguidas por de más de doce platos a discrección.
Bolsas de plástico para llevarse las sobras.
Botellas de licor local (48º) sobre el mantel y chupito/brindis a la llegada de cada nueva fuente pantagruélica.
Todo el pueblo presente, ¿qué digo? Toda la provincia presente.
Sobres rojos y más sobres rojos se amontonan organizados por cercanía y consanguinidad.

Nadie se fija en los novios: Delante de nuestros ojos sólo hay comida. Mucha comida.
Entre este descomunal campo de batalla alguien ha tenido la ocurrencia de organizar una mesa para vegetarianos. Cuyas sillas están totalmente vacías. A pesar de ello, los camareros impasibles no dejan de llevar bandejas a esos convidados invisibles. A lo largo de la noche, los vecinos se irán acercando para llevarse a su mesa los platos sin carne.

Tras rebañar el último embate culinario, todo díos huye en tropel del restaurante.
Recojo mi chaqueta y (un poco piripi) de reojo observo el descomunal salón ahora completamente vacío, devastado como tras el paso de un tifón.
Al fondo, sentados en una mesa lejana la pareja de novios y su familia picotean un poco.

Mañana tengo otra boda.
D.

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