8.30.2011

Rajarse



Los intelectuales se acercan también ahora al fenómeno de la precariedad, valga como ejemplo este texto de Juan Freire mencionando el desarraigo voluntario de muchos hijos de los clases pudientes:

No son estos emigrantes económicos, exiliados ni trabajadores sobre-explotados. Bien al contrario, suelen ser ciudadanos de países desarrollados y con niveles de formación y cualificaciones profesionales elevadas. Son personas que no soportan por más tiempo la vigilancia continua y la coerción que implica vivir en comunidades pequeñas y con vínculos fuertes. Y deciden escapar, buscan nuevos territorios, y en especial grandes ciudades, donde son desconocidos y sus modos de vida son respetados aunque solo sea porque son invisibles para una enorme multitud poco interesada en su vida. Son profesionales que huyen de la rutina de un trabajo por cuenta ajena, de las arbitrariedades de los jefes, de las jerarquías de las grandes organizaciones. Y deciden abandonar una carrera segura y previsible por la aventura de los proyectos personales, sean estos sus propias empresas o la absoluta independencia profesional.
Este fenómeno que no nos resulta ajeno para quienes vivimos en barrios como Lavapiés en Madrid, han alimentado, desde mucho antes que el 15M, movimientos e iniciativas como los centros sociales o plataformas antisistema.

Pero lo más importante es que también han creado una etnia de parias siempre al límite, que ahora con la crisis ha entrado en barrena. Un grupo social sin apoyos, salvo sus propias familias, que vieron como iniciativas como la Tabacalera parecían una alternativa real para construir un presente como aquella sociedad desarraigada.

Pero ahora ya saben, por desgracia, que no ha sido así. Y desde sus inicios se ha visto como el servilismo y la falta de preparación de los hijos de la sociedad española de la transcisión y del pelotazo, pero sobre todo las ganas de trepar de muchos, han cerrado las puertas del proyecto de la calle Embajadores, sin necesidad de un ministerio, haciendo imposible cumplir los objetivos de apertura, cooperación y producción que planeamos en sus maravillosos inicios.

Hace falta, otra Tabacalera. Pero, esta vez, siendo una verdadera "fábrica de capital humano" capaz de salvar del borde del abismo a una parte de la sociedad barada por la crisis y por su propia alienación voluntaria.

Hace falta reconducir los proyectos sociales, hacia el objetivo de alcanzar la madurez como sociedad.

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