1.18.2010

¿Algún editor en la sala?




Mis neuronas titilaban perezosamente, concentrando el máximo de su pobre potencia en comprender por qué, dentro de un cuerpo laxo, el corazón latía como si estuviera esperando el disparo de los cien metros planos. Sentía el vello de los antebrazos erizado y esos destellos violeta y rojos, estallando como minúsculos fuegos artificiales...¿qué eran? ¿Era mío ese ticket sobre la mesa? ¿Era acaso yo quien había pagado 3 euros por un espresso etíope? Miré en derredor de mí. Techo altísimo, araña de cristal, viejas con pañuelos de Hermes al cuello y tíos con americana de pana y vaqueros fumando sobre unos 350 euros de café...Ahora lo entendía, estaba en el Círculo de Bellas Artes. Lazlo en ese momento ingresaba, ofreciendo su magnifica sonrisa de hijo único a todos los presentes que se dieran por aludidos. Este joven, cuando se emborrachaba, era un tío propenso a protagonizar episodios estrambóticos, peleas unilaterales y toda clase de acciones reprobables, que la corrección y dulzura de su trato general acababan tornando en pintorescas indiscreciones. Al cabo de liberarse de la bufanda, dio un traspiés.

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