Pajas
Hace calor. No puedo dormir, ni siquiera con la ventana abierta.
Así que, bajo las sábanas, como un puzzle, las diferentes partes del cuerpo memorizado hace un rato van ensamblándose en mi cerebro:
pelo rizado, ojos oscuros, nariz grande, labios gruesos, torso fuerte, cintura inquieta, piernas atléticas, pies movedizos.
Cuando se acerca, el cerebro empieza a enviar señales eléctricas al coño, donde se convierten en un hormigueo que atrae irremediablemente a mis dedos, que lo recorren de arriba abajo y lo golpean a veces suave, a veces fuerte, enviando señales eléctricas de vuelta al cerebro que desactiva el centro de ansiedad, activa el de placer,
y convierte la presión de mi mano en su rodilla, mis dedos en los suyos, aumenta el riego sanguíneo entre mis piernas y moja el tanga, que él empuja hacia dentro con los dedos, haciéndome gemir,
para entonces ya estoy convencida de encontrarme en un bar oscuro, sentada sobre un taburete sin importarme demasiado si alguien mira cómo me dejo meter mano, cómo me retira el tanga y
click,
me mete de golpe el rabo, obligándome a ahogar un grito y, ordenándome que me esté quieta, me presiona el clítoris mientras los estímulos nerviosos suben y bajan como locos por el nervio vago, segrego testosterona y noto cómo el coño me palpita más y más fuerte hasta que exploto como un volcán, a la vez que el cerebro libera un cóctel de oxiticina, serotonina y dopamina.
Click.
Desaparece. Y me doy cuenta de que ni siquiera sé su nombre.
Lubricante mental. Sin cables...
D.
Etiquetas: De regreso a casa, mar centenera, sexo
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