Carteristas
En un cuento de Stefan Sweig, un flaneur algo aburrido se engancha secretamente a la persecución del meticuloso y arriesgado trabajo de un carterista en el Paris de principios del XX. Su observación anónima y atenta le hacía concluir que este oficio no se basa exclusivamente en la habilidad con las manos, sino, como ya contó Robert Bresson en la maravillosa Pickpocket, en saber apoyarse en los tumultos para reducir al mínimo las distancias y ser invisible en los movimientos.
El metro de Madrid está, desde hace tiempo, lleno de carteristas. Van en grupos de tres. Buscan las mochilas y los bolsos apoyados en los hombros. Se acercan por la espalda, te rodean entre dos de ellos, mientras el tercero prepara la fuga, bloqueando o aligerando el paso y llevándose el botín. Usan sobre todo el momento de entrada y de salida del vagón. Todo está coreografiado y ensayado al milímetro. A veces son bastante torpes y dejan caer la pieza. Incluso, en algunos momentos se encaran con la gente y han llegado a usar la violencia. Casi todos llevan una chaqueta sobre el brazo, que usan como pantalla visual.
Cómo están nerviosos, no bajan el rostro cuando les miras directamente a los ojos, como hacen el resto de los pasajeros del vagón. Ese simple gesto, y las miradas complices entres ellos al decidir la presa, hace que se les reconozca con facilidad frente la impavidez del resto.
D.
El metro de Madrid está, desde hace tiempo, lleno de carteristas. Van en grupos de tres. Buscan las mochilas y los bolsos apoyados en los hombros. Se acercan por la espalda, te rodean entre dos de ellos, mientras el tercero prepara la fuga, bloqueando o aligerando el paso y llevándose el botín. Usan sobre todo el momento de entrada y de salida del vagón. Todo está coreografiado y ensayado al milímetro. A veces son bastante torpes y dejan caer la pieza. Incluso, en algunos momentos se encaran con la gente y han llegado a usar la violencia. Casi todos llevan una chaqueta sobre el brazo, que usan como pantalla visual.
Cómo están nerviosos, no bajan el rostro cuando les miras directamente a los ojos, como hacen el resto de los pasajeros del vagón. Ese simple gesto, y las miradas complices entres ellos al decidir la presa, hace que se les reconozca con facilidad frente la impavidez del resto.
D.
Etiquetas: En Madrid
2 comentarios:
Otro aspecto más del verdadero espíritu del capitalismo...
Interesante
D.
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