3.20.2008

Un halcón

Vimos Romances de Cid en el Pavón. Si quieren asistir a teatro del bueno, corran que este fin de semana se termina este montaje de Eduardo Vasco para La Compañía de Teatro Clásico.

Menos es más, una norma que funciona muy bien en el cine, por necesidad y porque el talento parece fluir mejor ante la adversidad y la falta de medios. Con estos principios se ha creado este Cid, un montaje así, como decía rafita, lo firma la Royal Shakespeare Company, y está a reventar en el Festival de Otoño, con toda la crítica bisoña diciendo que estas cosas jamás se hacen en nuestro país, que no hay nivel y otras mandangas simples y oportunistas.

Qué no hay nivel en nuestro teatro éso está claro, pero la razón se halla en esa forma de trabajar tan española en la que el talento se trata de undir a toda costa y la mentira y las habladurias se aplauden interesadas. A huevo la historia del Cid, héroe sobre todos y a pesar de la injuria y la traición, de las puñaladas traperas tambien se dice.

Casi mejor que en el teatro inglés, los actores (tres, más el mismo número de músicos) recitaban, decían, cantaban el maravilloso texto (un Max por favor, ¡vaya curro! qué el Romancero no es muy dramatúrgico precisamente) de Garcia May.
Me gusta como en el teatro cuando todo sale bien, cuando las piezas encajan (la música exquisita en su punto), se ve la tensión dramática (no se si esto pasa en el teatro inglés). Y al final el puzzle se acaba satisfactoriamente y la última pieza, la decisiva, encaja: un rayo de fuego que cruza en punto el cielo del teatro helándonos la sangre.

Sonia me dice que en el teatro los niños y los animales son temas delicados, pues se ganan el interés del público con su sola presencia, en prejuicio de lo demás, pero no era el caso, es el quite soñado de una faena inspirada. El juego del como si funciona, el de la historia altomedieval, el del trovador que cuenta con las palabras y poco más, y nos lleva emocionados (ya era hora) hacia el terreno de la poesía. Bravo.

Al salir, dices adiós con un sonrisa y los ojos vidriosos a las acomodadoras y vuelves al siglo XXI.
D.

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