La pensión
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Veinte horas que perder.
Desayuné fuerte y sin dudarlo me metí en la primera pensión que encontré.
Era un sitio duro, ruidoso, caluroso. Bajé las persianas a tope. Leí mucho, vi un par de pelis en el ordenador. Sudé y me duché unas doce veces en agua fría. Di vueltas y más vueltas.
Hice fotos.
Al atardecer salí del agujero y me acerqué al puerto donde cené algo.
Al anochecer el barco zarpó, y de Málaga ya solo se veían una lejanas lucecitas tintineante en la oscuridad.
D.
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