De noche no soy invisible
Salimos del Matadero a medianoche.
En la puerta del metro Embajadores la policia pedía la documentación. A mi no.
Me despedí de Rafita y me decidí a subir a casa andando.
Dura odisea, poco meditada.
Escalaba Delicias y la gente eran sombras.
Los taxis disimulaban para no parar ante ciertas llamadas desde la acera.
El suelo estaba mojado.
En un semáforo me quedé mirando el chorro de colillas y otras inmundicias arrastradas avenida abajo. Al lado, unos barrenderos, y un tipo con aviesas intenciones que me llamó.
Dudé, pero me paré ante él. Me pidió dinero, en plan misero. Mirada burlona, nervioso y la otra mano en el bolsillo. Sus movimientos y mi manera de guardar la distancia (aprendida tras doce años practicando esgrima) nos alejaba del campo de vista de los casi nulos transeuntes. Comprendí su estrategia.
No pasó nada, la cosa acabó en tablas. Él calculó mi envergadura, yo no dejaba de mirar su mano oculta.
Más adelante, en el paseo del Prado, dos tipos se revolvían por el suelo. Zapatos brillantes de 400 € y trajes Armani.
¿Qué coño hacen estos dos tirados en la acera del Thyssen?
Estaban pedo de algo muy fuerte.
Siguió el paseo. Llegué a casa y devoré una tableta de chocolate a la taza amarguísimo que reservaba para una hipotética merienda con Sònia.
D.
En la puerta del metro Embajadores la policia pedía la documentación. A mi no.
Me despedí de Rafita y me decidí a subir a casa andando.
Dura odisea, poco meditada.
Escalaba Delicias y la gente eran sombras.
Los taxis disimulaban para no parar ante ciertas llamadas desde la acera.
El suelo estaba mojado.
En un semáforo me quedé mirando el chorro de colillas y otras inmundicias arrastradas avenida abajo. Al lado, unos barrenderos, y un tipo con aviesas intenciones que me llamó.
Dudé, pero me paré ante él. Me pidió dinero, en plan misero. Mirada burlona, nervioso y la otra mano en el bolsillo. Sus movimientos y mi manera de guardar la distancia (aprendida tras doce años practicando esgrima) nos alejaba del campo de vista de los casi nulos transeuntes. Comprendí su estrategia.
No pasó nada, la cosa acabó en tablas. Él calculó mi envergadura, yo no dejaba de mirar su mano oculta.
Más adelante, en el paseo del Prado, dos tipos se revolvían por el suelo. Zapatos brillantes de 400 € y trajes Armani.
¿Qué coño hacen estos dos tirados en la acera del Thyssen?
Estaban pedo de algo muy fuerte.
Siguió el paseo. Llegué a casa y devoré una tableta de chocolate a la taza amarguísimo que reservaba para una hipotética merienda con Sònia.
D.
Etiquetas: De regreso a casa
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