1.23.2010

Procomún

Tabacalera Lavapiés: Noviembre 2009 por ti.

Patio interior de La antigua Fábrica de Tabacos de Lavapiés
- Foto de Lucía Domínguez.


Hay que hacer un gran esfuerzo para no ver en los museos complejas salas de trofeos que reservan sus mejores espacios para los objetos más taquilleros. Y aún cuando no se discuta el valor simbólico de cada una de las piezas, todos sabemos que el conjunto funciona como una pasarela de vanidades. Ahí están, y es muy difícil que puedan enmendar la deriva que les convirtió en organismos disciplinares y/o en cebo del negocio turístico. ¿Queda todavía un espacio para una cultura que no sea de grandes pintores, grandes orquestas y grandes arquitectos? ¿Hay alguien que quiera pensar cómo logramos convertir una pirita, un dragó, un fémur, el dodó o un peto en patrimonio?

Museo como casa de los comunes 
Para hablar de museos, dejemos a un lado la pintura y pensemos en las colecciones de rocas, mariposas, plantas, ingenios, huesos, monedas, cerámicas, meteoritos, mapas, planos, exvotos, ceroplastias, conchas, anencéfalos en alcohol o en las maquetas de máquinas, urbanas y anatómicas. ¿Qué hacen todos estos artefactos en un museo? Todos son objetos que llegaron al museo como testimonio de una cultura nueva que por su origen mismo pertenecía a todos y no era de nadie. Eran expresión fehaciente del ensanchamiento de la esfera de lo público y por eso hablamos del museo como casa de los comunes. Se trata de objetos que dan cuenta de nuevos valores y, en consecuencia, de nuevos temores. En efecto, todas esas piezas tiene en común dos características: una, son reemplazables, no son objetos únicos ni excepcionales; dos, son expresión de una nueva forma de relacionarnos con el tiempo, el cuerpo y la naturaleza que debe preservarse y que pueden estar amenazada.

Nuevas tecnologías y nuevos patrimonios
Detengámonos un momento en la forma que adoptan estas realidades amenazadas, es decir la memoria compartida, la diversidad biológica y la vida humana. Hablamos de realidades porque, en efecto, han surgido a la conciencia colectiva cuando fueron desancladas o, en otros términos, al ser cuantificadas, tabuladas, registradas; es decir, desde que insertamos como agentes mediadores nuestras tecnologías y sus protocolos de uso e inscripción. Y, puesto que hemos hablado de peligros o decadencia, tuvimos que hablar de amenaza, un término que necesariamente pone en circulación toda una constelación de nuevos actores, desde los expertos evaluadores a los oficiales, delegados y burócratas ocupados en la vigilancia, matrícula y preservación, por no hablar de la parafernalia que forman los archivos, los anaqueles, los concursos, las comisiones, los contratos, los tributos, las tasaciones o los catálogos.

Bien común y bien público
En pocas palabras: los ilustrados descubrieron a la par el papel de las tecnologías en la formación de consensos y la necesidad de convertir fragmentos de realidad en bien común. Y para garantizar la continuidad de los comunes y de los consensos, la fórmula más decente que encontraron fue ensanchar lo público hasta apropiarse de lo común, y de ahí surgió un colectivo de expertos cuya misión era entretejer con los hilos de las nuevas tecnologías y de los nuevos comunales las formas modernas de la sociabilidad Los comunes, sin embargo, sufrieron en toda Europa un paulatino proceso de cerramiento que los convirtió en patrimonio público, una transformación que disolvió su primera naturaleza abierta y que les condujo hacia el régimen propietario de gestión. Fueron entonces insertados en el imaginario colectivo como objetos pertenecientes al estado y sometidos, en consecuencia, a todos los vaivenes de las retóricas identitarias, incluídas la nacionalista.

Un espacio experimental
Hoy volvemos a tener el mismo problema que los Ilustrados y tendremos que inventar alguna forma de preservar y poner en valor los nuevos patrimonios. El aire, la biodiversidad, el genoma, el software, el conocimiento primitivo, internet, las profundidades oceánicas, el espacio, por sólo citar unos cuantos ejemplos muy significativos, siempre estuvieron ahí, pero desde hace unas décadas los vemos en peligro. Y es que no sólo pueden ser manipulados de forma irreversible, sino que podrían llegar a ser privatizados. Son los nuevos commons: son el patrimonio que debemos ensanchar, poner en valor y preservar.
Para ello nada mejor que una institución, sensible a los retos de la gobernanza y del procomún, cuyo destino no es guardar objetos que no caben entre cuatro paredes y que tampoco pueden ser propiedad (pública) de uno o varios estados. El laboratorio del procomún tiene como misión experimentar con los nuevos comunes para anticipar peligros y saber cómo gestionar mejor las amenazas. El laboratorio entonces tendrá que ser construido sobre tres pilares: uno, experimentación con nuevos valores y nuevos patrimonios; dos, uso intensivo de las tecnologías de la comunicación; tres, disolución de las fronteras entre la cultura académica y la ciudadana, así como entre la cultura del trabajo y la del ocio.

Antonio Lafuente.
Creación del Laboratoro del Procomún. Jornadas La Tabacalera a debate. Año 2005.
D.

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