9.02.2012

Emicraneal



Un intenso fogonazo le cerró los ojos.

Algunas personas cercanas en la abarrotada calle se fijaron en la súbita congestión de su rostro.

El dolor llegó instatáneamente, mientras se apoyaba sobre el peatón cargado con bolsas de plástico.

Él se detuvo a atenderla cuando una sacudida retorció su cuerpo hasta ponerla en cuclillas. Varias personas atónitas se acercaron a ella.

Casi en el suelo sintió como si la hoja de un gran cuchillo rasgase su cerebro hasta hacerlo estallar.

De desplomó completamente sobre el suelo sucio.

Empezó a gritar. Un gemido horrible, producto de un dolor como si le arrancasen todos los dientes de cuajo.

Sus alaridos se elevaron por encima de las callejuelas de la vieja Tánger, mientras decenas de personas presas de compasión y curiosidad rodeaban el cuerpo tumbado y convulsionado de aquella pobre turista europea.

Desde arriba, la maraña humana seguía haciendo su vida tranquila de compras y ventas dentro y fuera del laberinto de callejuelas de la medina.
D.

Escrito enfrente del Café de París, en agosto 2012.

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