5.24.2012

Resurrección

Después de una nueva muerte inesperada, que mejor que resucitar en manos de un experimentado electrógrafo, un reanimador profesional.

“Te dije que algún día invertiríamos los roles. Tras dos meses como tu dominante, hoy tendrás durante dos horas mi sumisión”.
Sonríe nervioso, sin creer aún del todo mis palabras.
“Solo te pediré tres condiciones:
_ No me suspenderás boca abajo.
_ No me dejarás marcas.
_ No bromearás”.
Responde con la pregunta: “¿No bromearé?”.
“Necesito vomitar la tensión emocional de estos días, estoy muy sensible, si lloro no te sorprendas”.
Acaricia mi mejilla tímidamente y abre la puerta de su refugio en las alturas.
“Hago los preparativos, quieres algo de beber?”,
“Lo de siempre”.

El cuero abraza mis tobillos, mi vientre y mi pecho. El acero mis muñecas. El aire mi piel.
“Decías que no querías que te mantuviera boca abajo, verdad?”, escupe socarronamente mientras impulsa la estructura y me hace girar 360 grados. Esputo entre curvos labios un “cabrón” mientras giro de nuevo sobre mi misma. Las vueltas tensan mis músculos y relajan mi mente.
Devuelta a la horizontalidad, asegura mi posición y se ausenta de la habitación durante unos minutos. Los segundos pasean serenos entre despreocupadas predicciones sobre las sádicas atenciones que estoy a punto de recibir.
De vuelta, prepara su instrumental. Mis oídos son curiosos, mi mirada acepta relajada sus oscuras vistas al techo, mis manos se cruzan protectoras al pecho. Comienza la sesión.

Una eléctrica caricia me recorre profunda. Penetran en mi piel otras descargas, aunque no en mis pensamientos. La intensidad se vuelve doble, triple, cada vez más certera. “Ah!”, primer dolor externo, más cerca de conectar con el interno, pienso. Otros le suceden, hasta que una parada separa mis piernas. “La estructura tenía truco”, digo. Dos seguros se liberan y las metálicas barras que sujetan mis miembros abren sus ángulos y exponen mi sexo. Su mano agarra la tela y la rasga fácilmente. Ahora entraré en mis emociones, siento.

Me desplaza hasta colocarme delante de mi reflejo. Veo mis pechos descubiertos, el cuerpo acorralado, y a él en su nuevo refugio de carne articulada. En su mano derecha un dildo electrificado y en la izquierda un masajeador motorizado. Comienza la resurrección.

Tiempo después mi llanto le detiene.
Poco a poco saca el dildo.
De una sola expulsión mi tristeza.
Sus manos sujetan ahora mi cara, serenando mi deseada vuelta a la vida.
Me libera.

De Eva Fuentes en su altamente recomendable blog de BDSM: Deseo divergente. Diario sexual de una identidad diversa.
D..

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