7.11.2009

Beti Jai: Un cuento de verano

¿Se querían cargar este edificio? Sí, parece mentira.

Él siempre había sido un hombre del partido. Desde los tiempos de la convulsa transición, con el abuso de tanto rojo y socialista, él no se quedó mirando los toros desde la barrera y entró en política. Amigo íntimo de la lideresa, ésta le había sabido pagar su lealtad de años: un alto cargo, un puesto sin riesgo, cómodo. Incluso de prestigio.

Tan buenas perspectivas, unidas a la sensación de victoria permanente en las urnas, le daba plena satisfacción. Pero aquella mañana, recibió una llamada que iba a acabar con aquella tranquilidad para siempre.

- Señor consejero.
- Si.
- Le llama un caballero que afirma hablar de parte de la propiedad del frontón Beti Jai.

Desde su llegada a la Consejería de Patrimonio había recibido la orden de detener los expedientes. No hay dinero, no hay plenas competencias, no podemos perjudicar a los propietarios. Esas eran sus consignas políticas, así se mantenía en su puesto.

Sintió un extraña sensación. El Beti Jai llevaba en ruina mucho tiempo. Y su expediente estaba lo suficiente perdido para que en ese tiempo, ya se hubiese podido caer solito. Tácitamente esa había sido la idea: ojos que no ven corazón que no siente. Era un problema resuelto. ¿O no?

La conversación se produjo. Los tejados de la calle Arenal de Madrid brillaban con la luz del mediodía. Mientras escuchaba al otro aldo del auricular, el consejero, estaba al mismo tiempo alerta y aturdido. Aquello no iba con él. Fueron aquellos promotores inmobiliarios quienes convencieron al alcalde para construir el hotel. Él no estaba metido en éso, no era su administración, ni su gobierno. Su trabajo había sido correcto, su conducta integra. No podía estar escuchando aquellas acusaciones, él no había roto ningún acuerdo.

Dinero, dinero. Éso era lo que querían todos. Los dueños del Beti Jai exigieron, tirar de la manta sino ponían inmediatamente dinero encima de la mesa. El consejero se rió por dentro. Nada le harían, nada le podía salpicar. ¿O tal vez sí?

Se miró en el espejo del baño, mientras se lavaba las manos. Esa charla.
Su mundo se desvanecía a sus pies. Se acercó a la mesa de su secretaria. Le pidió el dossier del Beti Jai. Ella le miró extrañada.

- Tenemos que agilizarlo, le dijo.
- ¡Ah! Y ponme con el despacho del alcalde.
D.

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