1.16.2008

Mira tú por donde...

El chico de ayer

Cuando llegué a la estación de Atocha con la vida comprimida en una maleta el 19 de agosto, sólo conocía a dos personas entre los seis millones que corren sobre y bajo el suelo de la capital.

A una de ellas me la encontré por pura lotería en el metro y me invitó a comer. En los postres, puso encima de la mesa su corazón reventado en 20.000 piezas de puzzle. Pero, torpemente, sólo supe juntar cinco o seis.

Poco después me dijo que habíamos encontrado piso, me cedió la habitación más grande, me ayudó a montar la cama, me convirtió un mueble horrible en armario, me enseñó a moverme por Madrid caminando y tomando. Y he saboreado intensamente cada regalo, paladeándolo a pequeños sorbos, aprendiendo a disfrutar dando placer.

Le confieso que estoy enamorada y responde que él pasa del amor pero no le creo ni una palabra. Y no hay prisa, porque voy a seguir cerca de él cuando deje de estar triste.

Visto a través de sus ojos es así.

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